18.7.07

Verano intoxicado

Él parece hipnotizado. Está al borde del delirio mientras todos a su alrededor disfrutan del agua, de la brisa submarina.
Todo comenzó un mes atrás. Sus proyectos ya se habían terminado, los esfuerzos también.
Un período estaba por acabar, pero antes de que otro nuevo año lleguara, el infierno tenía que pasar.
No soportaba el calor. Cómo la gente podía sentir tanto cariño por una estación tan llena de nada, donde todos se vuelven tontos.
Iba caminando por la calle y sentía las gotas de sudor como millones de agujas en miniatura atravesándole las venas. Su sangre sudaba, ¿y la de nadie más?
Toda esa gente acostada en el pasto del parque, la irritación lo desmoronaba. Odiaba a todos, más que al propio sol que lo derretía.
No había nada que pudiera tranquilizarlo, cada paso que inhalaba se convertía en carbón, carbón que alimentaba su fuego, su bronca.
El dolor era punzante, pero no dejaba de ir al compás del viento. Unas corcheas sencillas separaban al invierno del verano, hundían su cuerpo cada vez más en el recuerdo de ese rojizo atardecer en el mar que lo había marcado para siempre.
Se iba a ahogar, lo sabía, ¡pero es que era tan difícil! Encontrar la manera de volver el tiempo atrás, de aliviar el llanto de sus escandalosos latidos, de vaciar sus ojos del rencor violeta que los bañaba.
-¡Si tan solo el mar se callara! ¡No puedo soportar sus gritos! Me recuerdan quién realmente soy...
Quedó desmoronado en el medio de la avenida, tratando de sobrellevar el instinto animal de sus arterias. Empezó a retorcerse, como si el asfalto descargara en él incipientes corrientes eléctricas. Giraba en sus propias direcciones, y sabía más que nunca qué lo podía aliviar.
Era ella, sentir el perfume de sus ojos grises a distancia, revolotear entre su espeso pelo. Pero recordar que casi muere varado en una orilla, esperando a esa hermosa figura que nunca había regresado, lo asfixiaba aún más.
Sus tímpanos se deshidrataban, su garganta estaba al borde del infarto, sus furias se atemorizaban. Y así, de repente, sintió la protección de un gélido harapo apretado.
Sus lágrimas se convirtieron en gotas gruesas, gotas de silencio. Su boca ya había desaparecido.
Lo había perdido todo en un ataque sicótico. Había dejado su funesto corazón en el jardín de los recuerdos; junto con el mar, su mar; de la mano de su rojo pálpito de atardecer. Pero ya no lo sentía. Sus ojos volaban cerca de esos detalles que nunca pudo notar, que se habían olvidado para siempre.
Quiso ser fuerte… y nadie lo detuvo.

Por Milena L'Argentiere
Debemos evitar el éxito de Diego y volver a la seriedad. Y L' Argentiere nos ayuda en esta tarea con su producción.

30.6.07

Laura

Yo lo estaba observando, miraba cómo agarraba lo más caro de cada góndola, llenaba su changuito con las cosas más caras que encontraba, el miraba mucho al resto, parecía que observaba cada movimiento de las personas del supermercado. Pasaba góndola por góndola agarrando las cosas. En ese momento se detuvo a mirar, miraba las personas, observaba las cajeras. Él no era como el resto, apurado y sin fijarse qué les pasaba a las personas, él se detenía en cada detalle. Cuando terminó de agarrar todas sus cosas esperó a que se vaciara una caja, y cuando pasó esto fue lentamente hacia ella.
Cuando llegó a la caja, pasó producto por producto a la mesada donde la cajera, Laura, los hacía tocar la lectora para que detecte la computadora lo que estaba llevando.
Cuando terminó esta acción, Laura dijo:- ¿Abona en efectivo o con tarjeta?
- No abono – dijo él y sacó una pistola de su bolsillo – Y vos, Laura, dame toda la plata que tengas en la caja, y sé que tenés por lo menos mil pesos así que apurate. Ah, y esto me lo llevo, gracias.

Por Diego Schmukler

Y si, hemos vuelto, y renovados. Pensarnoestarea llegó otra vez, y para dar un gran comienzo, elegimos la tan esperada obra de Diego Schmukler, Laura. Seguiremos adelante.

El compilador


11.12.06

Un Australopitecus capitalizado

Y si, no es fácil hacer que una noche tu banda se transforme en una serie de máquinas funcionando en un escenario, trabajando todo el tiempo. Es lo mismo que pedirle a un Australopitecus que coloque su huevo bajo una orquídea e intente custodiar la frontera de México a EE.UU y luego volver, recoger su huevo y salvar a la orquídea de la radiación envidada por la NASA.
Pero después de un tiempo decidí volver a lo normal, tocamos en La Trastienda, los invité a Bush y a mi australopitecus.
Por Juan Valente
Por segunda vez, les ofrecemos una producción de Juan Valente. En esta ocasión, un cuento corto, pero con delirio intrínseco.
El Compilador

10.12.06

Un hombre y su pena


Amanecí con el primer sorbo de café de la mañana, mis ojos despertaron y la maldecida luz entró por mis ojos. Me calcé las pantuflas y las amarré con una gran cuerda que me permitía una gran flexibilidad en los dedos y en las escaleras; prendí la ducha. El pozo se llenó de agua caliente y para entonces yo estaba presentable para él. Me bañé cómodo, la bañera estaba cansada ese 31 de febrero así que no tuve inconvenientes para nadar en el agua. Al terminar de bañarme busqué el tapón a presión y lo destapé, el agua fue absorbida y yo absorbido con ella. Recorrí los grandes canales de agua, observé sus ríos y su mugre, fue así un viaje largo pero al fin llegué al mar. Un: “¡sorpresa!” estalló con mi llegada. Allí estaban mis amigos y familiares recordándome mi cumpleaños y una extensa nube de alegría flotaba en mi cuerpo como vapor de cocina; al ser reconocido un aire de desilusión se propago por el bar marino y los lamentos que se generaron hacia mí fueron silenciados por el verdadero anfitrión de la fiesta que entraba por uno de los canales de agua. El diluvio de patadas fue tan duro y cruel como mi rápido ascenso hacia la superficie del mar. Así caminé exhausto por la superficie terrestre. Fue entonces cuando encontré algo que jamás hubiera imaginado encontrar, una mujer de quizás quince veces mi altura entró por un farol, colorida y con un cierto aire de picara se recostó sobre una pared a revolear su cartera. Me acerqué a ella y juntos bailamos con la música de la ciudad y nos relatamos anegdotas graciosas, al ver que yo era un pobre diablo sin un centavo me abandonó como una niña a su muñeca y fue rápidamente a comprarse otra. Me estremecí de miedo, las chimeneas aullaban a la luna con un aliento de dragón y los bandidos salimos a robar coches. Estaba en mi actividad cuando un policía me esposó, me resistí, pero las esposas eran cómodas y calentitas y el hombre relucía su simpatía ante todo mostrándome que era una buena idea, así que decidí entregarme. Subí a un auto azul que gritaba constantemente, y el simpático hombre de negro se entregó a la ruta. Me decía:
_ Es una linda noche.
_Si, si lo es. Aunque no hace de carpa a mi infelicidad.
_ No se preocupe hombre ya todo va a pasar.
Me entregaba al sueño cuando un estrépito rugido del suelo se disipó hasta mis pies. Una gigantesca boca apareció desde la tierra y nos permitió entrar, su lengua era suave y silenciosa así que no dificultó el viaje. De repente la obscuridad y algunos aplausos; le pregunté al conductor hacia donde nos dirigíamos, al ver que no respondía me acerqué para mirarlo. Observé no sin que llame mi atención que un maniquí conducía el auto, me preocuparme y decidí saltar del coche. Caí en un terreno viscoso pero suave, de repente unos ruidos y un sondeo como el de un fantasma y unas largas sombras comenzaron a abalansarce sobre mí y como un soldado obedece a su general ellos reconocieron mi pena y se llevaron mi alma.

Por Ignacio Lalli
Pensarnoestarea esta vez les presenta una producción de Ignacio Lalli, autor que todavía no había sido incluido.
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El Compilador

Lucía


Mientras sea verano Lucía no tiene problemas porque las ciruelas todavía cuelgan de los árboles. Aunque le dije mil veces que no salte en las frutas, parece no escucharme. No hace mucho tiempo ocurrió el accidente. Era invierno y por supuesto no había ciruelas, así que se le ocurrió probar con las mandarinas.
Se puso en cuclillas, y se sentó encima de una de ellas, apoyó bien los pies y dio un salto increíble, todavía puedo verla. Lo que ella no podía entender es que las mandarinas no son saltarinas ya que su cáscara dura y poceada no permite el efecto resorte que funciona con las ciruelas.
Cayó con un ruido seco, se me paró la respiración, vi cómo se despedazaba la piel, se cortaba, se desgarraba. Ese líquido medio dulzón que tenía adentro, salió disparado para todos lados. Fui corriendo a auxiliarla, cuando llegué, el jugo y las lágrimas de Lucía se confundían en un mismo charco. No sabía por donde empezar, ni vendas tenía en la casa, pero sabía que no tenía sentido llamar al hospital. Miré a los ojos a Lucía, pero sé que ella no me vio, los ojos cegados por el ácido del jugo no la dejaban mirar. La mandarina falleció horas después, sé que Lucía todavía escucha los gritos de su agonía. Durante días Lucia intentó no saltar, pero al poco tiempo me pidió que le comprara frutillas con crema. Sigo intentando convencerla, pero sé que no va ceder, igual ahora es verano, y mientras sea verano Lucía no tiene problemas, porque las ciruelas todavía cuelgan de los árboles.

Por María Eugenia Siciliano
En esta ocasión, les ofrecemos por seguna vez una producción de Maru Siciliano. Unas frutillas con crema nunca vienen mal.
El compilador

When I met Paris


“No hay que hacer trabajar a los hijos desde demasiado jóvenes”[1]


-Varados en la estación Saint-Lazare estaban los niños cuando nos escribieron, querida.-
Marta fue a la cocina a preparar las tostadas y un té helado para su marido.
Ellos, junto a Charles (que aún seguía encerrado en el armario), vivían en la antigua, pero lujosa casa de la calle Juramento al tres mil setecientos y desde que nos fuimos, se sentían un poco solos.
Eran buenos padres, los extrañábamos, pero los encantos de una nueva vida nos había seducido.
Al tomar el octavo subte que –sabíamos- no nos conducía a Charles de Gaulle, nos tratamos de creer nuestra mentira, nos hacía sentir mejor.
-Charles dijo que iba a ser discreto, no deberías estar tan intranquilo- dije a mi hermano. Ademas papá y mamá aún no entienden muy bien el francés.
Mientras tanto, Charles con un ambiente distraído salía a dar un paseo por Belgrano.
A las 6:30, muy ansiosos, papá y mamá estaban saliendo para Ezeiza en su Mercedes.
Charles, como ya lo había predicho, cayó sobre las vías de tren de la calle Echeverría.
El Mercedes estaba arribando en el giratorio estacionamiento de Ezeiza. Los altavoces avisaron que el vuelo número 471 de AirFrance arribaría en 5 minutos a la Ciudad de Buenos Aires, para luego continuar su trayecto hasta el aeropuerto de Santiago de Chile. Ya eran las 7:30 cuando Marta y su marido se acercaron a esa doble gran puerta, siempre tan llena de llantos y abrazos.
Luego de ya haber descendido todos los pasajeros del vuelo, y ya pasada una hora de espera, Marta fue a preguntar por sus hijos en el mostrador de AirFrance, la chica le dio un paquete diciendo que estaba en los asientos que nos correspondían.
El paquete parecía movedizo, al abrirlo un siamés naranja salto hasta el piso y maulló cansado, papá y mamá se miraron y empezaron a caminar en dirección al auto.
(Siempre supe que París nos iba a resultar demasiado hermosa)

[1] Vian, Boris: El lobo-hombre, Barcelona, Tusquest, Fábula, 1994, pág. 123.

Por Juan Valente
En esta ocasión, y para continuar con el blog que había sido temporalmente abandonado, les ofrecemos uno de los primeros trabajos del año de Juan Valente.

El compilador

29.10.06

Querida hija



Mí querida hija:
Sé que no te gustan los eufemismos. Pero quiero que entiendas que es un tema muy delicado como para no usarlos.
Yo sé que nosotras, las mellizas, tenemos algo en común, parece que el resto del mundo no se dio cuenta.
Desde que éramos muy pequeñas y nos pusimos esos tontos apodos, “madre” e “hija” yo supe que iba a ser la más responsable de las dos, pero por lo que te voy a decir te vas a dar cuenta de que me equivoqué.
El 20/0671995 las dos cumplimos veinte años y vos con una simple palabra mía cancelaste ese viaje a Europa que habían planeado con todos tus amigos desde hace cuatro meses. Ellos no me querían mucho, pero me soportaban.
Creo que lo que me pone más triste es que yo no tenía amigos propios que me amaran, sólo los tuyos, que apenas me tenían cariño por una especie de conexión “milagrosa” con vos, ya que la única forma de que alguien como yo pueda agradarle a alguien como tú es siendo su hermana idéntica.
Yo te amaba, yo te amo, mejor dicho. Pero amaba más el viaje a Europa; las risas sin sentido de tu novio; la histeria de tus amigos; esas tardes inservibles tomando mate en el jardín de la casa de alguien; tu vida, por eso hice lo que hice y mientras vos comés la comida que con tanto amor te preparé madre muere para que hija valla a Europa con sus amigos a “llorar” por su hermana idéntica muerta en el piso de su casa por un veneno en la comida. La policía va a creer que fue un suicidio. No te preocupes, yo sé guardar un secreto.


Por María Eva Quetglas Vassel
En esta ocasión, los deleitaremos con una producción de la compañera María Eva.
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El compilador

28.10.06

El maremoto



Había tenido una día muy cansador en el colegio. Leímos sólo un libro, este trataba sobre el fondo del mar... un tema que a mi me aburre mucho.
Por fin, a las dos de la tarde, tocó el timbre. Salí corriendo por la puerta amarilla directo para casa. Me tomé la ballena número 13, porque aunque tengo varias posibilidades esta fue la primera en llegar. Había pagado con las últimas almejas que quedaban en mi bolsillo y obtuve un boleto en forma de hoja.
La ballena estaba muy pesada e iba demasiado lento cuando en la calle corrientes se produjo un maremoto. Un pez de esos bien grandes había chocado con un tiburón repleto de policías. Por lo que pude ver la culpa había sido del tiburón, pero como este era el medio de transporte de los policías obviamente le echaron la culpa al pez grande, que llevaba a unas cuatro personas.
El choque había sido tan fuerte que tuvieron que llegar los pulpos para sacar a la gente que había quedado atrapada. Así que estuvimos un buen rato parados sin poder pasar. La ballena 13 estaba repleta, y los buceadores que llegaban muy cansados con sus maletines, ya se empezaban a enfurecer.
Ya habían pasado casi 15 minutos cuando llegaron los delfines con sus sirenas en alto, igualmente no parecía haber tantos heridos.
A la media hora, los buceadores se empezaban a bajar de la ballena 13 y se iban nadando, muy rabiosos.
Yo no me bajé porque acababa de pagar el boleto y sino, me hubiera podido comprar las nuevas algas que eran muy ricas!
Es por eso que llegué a las 5.00, mamá.

Por Belén Buchar
En esta ocasión, Belén Buchar nos sumerge en el mar con su producción.
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El compilador

27.10.06

Carta a una mariposa




Algunas noches, cuando estoy sola, me siento en el jardín, veo las mariposas y me acuerdo de vos. Y como ellas me ven llorar, se acercan para que les cuente nuestra historia.
Todavía me acuerdo de las tardes abajo del naranjo, esos días calurosos en que no se podía respirar, y nosotras salíamos a jugar. Tuve muchas amigas, tantas, pero ninguna como vos, a vos te amé diferente, fuiste especial. Mi castigo fue ser siempre mejor que vos. Sé que intentabas imitarme, porque me creías perfecta. Sé que me admiraste y sé que nunca me quisiste.
Ambas tuvimos la desgracia de no ser queridas por nuestros padres, que nunca se dieron cuenta de que existíamos. Para mi suerte, te encontré a vos, y te convertiste en mi hermana. Me perseguías todo el tiempo pero nunca me cansaste. Me olvidé de los demás, porque juntas construimos nuestro mundo donde vivir tranquilas. Vos me imitabas, me copiabas, hacías exactamente lo mismo que yo, te comprabas la misma ropa, y yo nunca te dije nada. Era tan perfecta nuestra amistad, no era necesario arruinarla. Planeábamos todo lo que íbamos a hacer, nuestros casamientos, que iban a ser el mismo día, juntas con el mismo vestido las dos íbamos a entrar al altar de la mano y a casarnos, tal vez, con distintos esposos.
Me acuerdo de ese día que teníamos tanto para hablar, que nos quedamos a dormir debajo de nuestro árbol. Dormimos abrazadas porque hacía frío y por única vez en mi vida, sentí tu ternura. Nos reímos un rato de las estrellas, y me contaste tus secretos. Me dijiste en voz baja que después de tu muerte ibas a vivir como una mariposa, pero no una cualquiera, una que pudiera vivir más de cien años. Mariposas así nunca existieron, pero yo no te lo dije.
Fue ese día terrible en que me dijiste que te ibas a mudar, tus padres tenían un nuevo trabajo, en otra ciudad, lejos de mí. Pretendías vivir sin mí, yo era esencial para vos, era tu modelo a seguir. Perdón, pero es que nunca pude entender cómo preferiste a tus padres antes que a mí, yo te di más que ellos, te regalé mis gestos, mi forma de hablar, y de a poco al dejar que me imitaras, te regalé mi vida. Y aunque nunca me perdone lo que hice, fue justo de alalguna manera, vos te robaste mi vida, y yo me robé la tuya.