10.12.06

Un hombre y su pena


Amanecí con el primer sorbo de café de la mañana, mis ojos despertaron y la maldecida luz entró por mis ojos. Me calcé las pantuflas y las amarré con una gran cuerda que me permitía una gran flexibilidad en los dedos y en las escaleras; prendí la ducha. El pozo se llenó de agua caliente y para entonces yo estaba presentable para él. Me bañé cómodo, la bañera estaba cansada ese 31 de febrero así que no tuve inconvenientes para nadar en el agua. Al terminar de bañarme busqué el tapón a presión y lo destapé, el agua fue absorbida y yo absorbido con ella. Recorrí los grandes canales de agua, observé sus ríos y su mugre, fue así un viaje largo pero al fin llegué al mar. Un: “¡sorpresa!” estalló con mi llegada. Allí estaban mis amigos y familiares recordándome mi cumpleaños y una extensa nube de alegría flotaba en mi cuerpo como vapor de cocina; al ser reconocido un aire de desilusión se propago por el bar marino y los lamentos que se generaron hacia mí fueron silenciados por el verdadero anfitrión de la fiesta que entraba por uno de los canales de agua. El diluvio de patadas fue tan duro y cruel como mi rápido ascenso hacia la superficie del mar. Así caminé exhausto por la superficie terrestre. Fue entonces cuando encontré algo que jamás hubiera imaginado encontrar, una mujer de quizás quince veces mi altura entró por un farol, colorida y con un cierto aire de picara se recostó sobre una pared a revolear su cartera. Me acerqué a ella y juntos bailamos con la música de la ciudad y nos relatamos anegdotas graciosas, al ver que yo era un pobre diablo sin un centavo me abandonó como una niña a su muñeca y fue rápidamente a comprarse otra. Me estremecí de miedo, las chimeneas aullaban a la luna con un aliento de dragón y los bandidos salimos a robar coches. Estaba en mi actividad cuando un policía me esposó, me resistí, pero las esposas eran cómodas y calentitas y el hombre relucía su simpatía ante todo mostrándome que era una buena idea, así que decidí entregarme. Subí a un auto azul que gritaba constantemente, y el simpático hombre de negro se entregó a la ruta. Me decía:
_ Es una linda noche.
_Si, si lo es. Aunque no hace de carpa a mi infelicidad.
_ No se preocupe hombre ya todo va a pasar.
Me entregaba al sueño cuando un estrépito rugido del suelo se disipó hasta mis pies. Una gigantesca boca apareció desde la tierra y nos permitió entrar, su lengua era suave y silenciosa así que no dificultó el viaje. De repente la obscuridad y algunos aplausos; le pregunté al conductor hacia donde nos dirigíamos, al ver que no respondía me acerqué para mirarlo. Observé no sin que llame mi atención que un maniquí conducía el auto, me preocuparme y decidí saltar del coche. Caí en un terreno viscoso pero suave, de repente unos ruidos y un sondeo como el de un fantasma y unas largas sombras comenzaron a abalansarce sobre mí y como un soldado obedece a su general ellos reconocieron mi pena y se llevaron mi alma.

Por Ignacio Lalli
Pensarnoestarea esta vez les presenta una producción de Ignacio Lalli, autor que todavía no había sido incluido.
Disfruten
El Compilador

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