29.10.06

Querida hija



Mí querida hija:
Sé que no te gustan los eufemismos. Pero quiero que entiendas que es un tema muy delicado como para no usarlos.
Yo sé que nosotras, las mellizas, tenemos algo en común, parece que el resto del mundo no se dio cuenta.
Desde que éramos muy pequeñas y nos pusimos esos tontos apodos, “madre” e “hija” yo supe que iba a ser la más responsable de las dos, pero por lo que te voy a decir te vas a dar cuenta de que me equivoqué.
El 20/0671995 las dos cumplimos veinte años y vos con una simple palabra mía cancelaste ese viaje a Europa que habían planeado con todos tus amigos desde hace cuatro meses. Ellos no me querían mucho, pero me soportaban.
Creo que lo que me pone más triste es que yo no tenía amigos propios que me amaran, sólo los tuyos, que apenas me tenían cariño por una especie de conexión “milagrosa” con vos, ya que la única forma de que alguien como yo pueda agradarle a alguien como tú es siendo su hermana idéntica.
Yo te amaba, yo te amo, mejor dicho. Pero amaba más el viaje a Europa; las risas sin sentido de tu novio; la histeria de tus amigos; esas tardes inservibles tomando mate en el jardín de la casa de alguien; tu vida, por eso hice lo que hice y mientras vos comés la comida que con tanto amor te preparé madre muere para que hija valla a Europa con sus amigos a “llorar” por su hermana idéntica muerta en el piso de su casa por un veneno en la comida. La policía va a creer que fue un suicidio. No te preocupes, yo sé guardar un secreto.


Por María Eva Quetglas Vassel
En esta ocasión, los deleitaremos con una producción de la compañera María Eva.
Disfruten
El compilador

28.10.06

El maremoto



Había tenido una día muy cansador en el colegio. Leímos sólo un libro, este trataba sobre el fondo del mar... un tema que a mi me aburre mucho.
Por fin, a las dos de la tarde, tocó el timbre. Salí corriendo por la puerta amarilla directo para casa. Me tomé la ballena número 13, porque aunque tengo varias posibilidades esta fue la primera en llegar. Había pagado con las últimas almejas que quedaban en mi bolsillo y obtuve un boleto en forma de hoja.
La ballena estaba muy pesada e iba demasiado lento cuando en la calle corrientes se produjo un maremoto. Un pez de esos bien grandes había chocado con un tiburón repleto de policías. Por lo que pude ver la culpa había sido del tiburón, pero como este era el medio de transporte de los policías obviamente le echaron la culpa al pez grande, que llevaba a unas cuatro personas.
El choque había sido tan fuerte que tuvieron que llegar los pulpos para sacar a la gente que había quedado atrapada. Así que estuvimos un buen rato parados sin poder pasar. La ballena 13 estaba repleta, y los buceadores que llegaban muy cansados con sus maletines, ya se empezaban a enfurecer.
Ya habían pasado casi 15 minutos cuando llegaron los delfines con sus sirenas en alto, igualmente no parecía haber tantos heridos.
A la media hora, los buceadores se empezaban a bajar de la ballena 13 y se iban nadando, muy rabiosos.
Yo no me bajé porque acababa de pagar el boleto y sino, me hubiera podido comprar las nuevas algas que eran muy ricas!
Es por eso que llegué a las 5.00, mamá.

Por Belén Buchar
En esta ocasión, Belén Buchar nos sumerge en el mar con su producción.
Disfruten
El compilador

27.10.06

Carta a una mariposa




Algunas noches, cuando estoy sola, me siento en el jardín, veo las mariposas y me acuerdo de vos. Y como ellas me ven llorar, se acercan para que les cuente nuestra historia.
Todavía me acuerdo de las tardes abajo del naranjo, esos días calurosos en que no se podía respirar, y nosotras salíamos a jugar. Tuve muchas amigas, tantas, pero ninguna como vos, a vos te amé diferente, fuiste especial. Mi castigo fue ser siempre mejor que vos. Sé que intentabas imitarme, porque me creías perfecta. Sé que me admiraste y sé que nunca me quisiste.
Ambas tuvimos la desgracia de no ser queridas por nuestros padres, que nunca se dieron cuenta de que existíamos. Para mi suerte, te encontré a vos, y te convertiste en mi hermana. Me perseguías todo el tiempo pero nunca me cansaste. Me olvidé de los demás, porque juntas construimos nuestro mundo donde vivir tranquilas. Vos me imitabas, me copiabas, hacías exactamente lo mismo que yo, te comprabas la misma ropa, y yo nunca te dije nada. Era tan perfecta nuestra amistad, no era necesario arruinarla. Planeábamos todo lo que íbamos a hacer, nuestros casamientos, que iban a ser el mismo día, juntas con el mismo vestido las dos íbamos a entrar al altar de la mano y a casarnos, tal vez, con distintos esposos.
Me acuerdo de ese día que teníamos tanto para hablar, que nos quedamos a dormir debajo de nuestro árbol. Dormimos abrazadas porque hacía frío y por única vez en mi vida, sentí tu ternura. Nos reímos un rato de las estrellas, y me contaste tus secretos. Me dijiste en voz baja que después de tu muerte ibas a vivir como una mariposa, pero no una cualquiera, una que pudiera vivir más de cien años. Mariposas así nunca existieron, pero yo no te lo dije.
Fue ese día terrible en que me dijiste que te ibas a mudar, tus padres tenían un nuevo trabajo, en otra ciudad, lejos de mí. Pretendías vivir sin mí, yo era esencial para vos, era tu modelo a seguir. Perdón, pero es que nunca pude entender cómo preferiste a tus padres antes que a mí, yo te di más que ellos, te regalé mis gestos, mi forma de hablar, y de a poco al dejar que me imitaras, te regalé mi vida. Y aunque nunca me perdone lo que hice, fue justo de alalguna manera, vos te robaste mi vida, y yo me robé la tuya.

26.10.06

El Buey




Luciano era un hombre tranquilo, tímido, soltero y un poco solitario. “Éste todas las mañanas llevaba a trabajar al buey”[1] sabiendo que su socio lo intimidaría por eso. A el no le importaba mucho, ya que Oscar lo defendería de cualquier cosa.
Todos los días, cuando llegaba al trabajo con su buey, entraba, saludaba a Oscar, que le daba unos mimos al buey, y pasaba con los dos al otro salón, ahí se encontraba con su socio, Marcos, que hacía comentarios que le desagradaban mucho, pero Oscar le respondía a cada comentario con otro mucho más astuto. Luego saludaba a Amelia que siempre decía lo mismo: que estaba saliendo con un hombre que era mucho mas joven que ella “Y [que] no le [importaba] si [era] un poco vieja, porque es como que el no registrara esas cosas”[2] repetía y repetía.
Pero ese día todo cambió, él llegó a la oficina y Oscar no estaba, luego pasó al otro salón donde tampoco había nadie. En el otro salón estaba Amelia, llorando y sin poder hablar, ella decía de forma entrecortada lo mismo de siempre, pero llorando, con aspecto de loca y de que algo muy feo había visto. Ella tenía un papel pegado en la frente que decía:
-Los maté, tu vida ya está encaminada.
Y el comprendió, le agradeció a Amelia y el buey se quedó con ella.

Por Diego H. "babieca" Schmukler

[1] Bienchi, Sebastián: “La corrente y el agua vacío” en El resorte de novia y otros cuentos, Buenos Aires, Paradiso, 2002, Pág. 23
[2] Uhart, Hebe: “Mi nuevo amor” en Guiando la hiedra, Buenos Aires, Simurg, 1997, Pág. 63

En esta ocasión, les ofrecemos un cuento del señor Diego "babieca" Schmukler.
Disfrútenlo.

25.10.06

Lo imperceptible





Alrededor de las 7 llegué al lugar donde me habían citado. Supuse que tendría tiempo para tomar un café pero ya había mucha gente reunida, lista para entrar, y yo quería conseguir una buena ubicación, así que me uní al grupo.
Luego de unos minutos el acomodador abrió la puerta y nos dejó entrar al congelado lugar.
El fondo estaba muy oscuro y era casi imposible pasar sin chocarse con algo. Entonces le pregunté por qué estaba tan oscuro. Me miró fijamente y me dijo: “Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo.”[1] Me sentí un poco perturbada cuando escuché eso, pero al instante ella entró en la sala y se sentó en su silla lista para empezar.
“Aquella vocación por la desdicha que yo había descubierto en ella mucho antes del accidente no se notaba en su rostro”[2], es más, parecía más radiante que nunca llevando “en el cuello distintos collares de metal dorado que [complementaban] sus gestos de diva intelectual”.[3]
Todos escuchamos atentamente las sabias caricias de su música durante largas horas. Esa momentánea ráfaga de luz que cegaba mis oídos, esa dicha por alcanzar lo imperceptible... Pero parece que después de sumergirse en esa congelante oscuridad no tuvo nada más para decir cuando la muerte se le acercó para saludarla.


[1] Cortázar, Julio: “Instrucciones para dar cuerda al reloj” de Historias de Cronopios y de Famas, Buenos Aires, Alfaguara, 1999, pág. 7.
[2] Ocampo, Silvina: “Las Fotografías” en La furia y otros cuentos, Madrid, Alianza, 1982, pág. 89.
[3] Wilcock, J. R.: “El Átomo” de El estereoscopio de los solitarios, Barcelona, Sudamérica, 1998, pág. 78.


Por Milena L' Argentiere





Bueno personas, primero lo primero: le damos la bienvenida a el blog del último taller del jueves. Y para darles la bienvenida a ustedes también, los deleitamos con la primer obra del año de Milena L' Argentiere, que lo difruten